Teología del Cuerpo



SUMARIO:


1. El Adulterio está en el Corazón
2: Palabras de Salvación, No Condenación
3: Cuestionando el Don de Dios
4: El Segundo Descubrimiento del Sexo
5. Ethos Cristiano: Moralidad “Desde el Corazón”
6: Libertad de la Ley
7: La Gracia de la Creación se Vuelve la Gracia de la Redención
8: Arrepentimiento y Fe en la Buena Noticia
9: La Pureza no es Puritanismo
10: La Interpretación de Sospecha
11: Creciendo en Pureza Madura
12: Discerniendo los Movimientos de Nuestros Corazones




LA ENTRADA DE LAS HOJAS DE HIGUERA: LOS EFECTOS DEL PECADO Y LA REDENCIÓN DE LA SEXUALIDAD


1. El Adulterio está en el Corazón

En el Sermón de la Montaña “el Espíritu del Señor da nueva forma a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestras vidas”. (CIC 2764)


En su segundo ciclo de reflexiones, Juan Pablo II contempla las experiencias sexuales y corpóreas de los hombres y mujeres “históricos”. La historia, en este sentido, empieza con la entrada de las hojas de higuera –esto es, con la entrada del pecado (Gn. 3:7-10). Pero, como hombres y mujeres históricos, no nos afecta únicamente el pecado; también somos redimidos por Cristo. Debemos siempre equilibrar la “mala noticia” del pecado con la “buena noticia” de la redención.

La mala noticia, como veremos con más detalle en esta sección, es que hemos caído de la pureza de nuestros orígenes. La buena noticia que descubriremos es que “Jesús vino a restaurar la creación a la pureza de sus orígenes” (CIC 2336). Como se dijo anteriormente, no podemos regresar al estado de inocencia, pero por el poder de la muerte y resurrección de Cristo, podemos progresar en el camino de la restauración más significativamente de lo que la gente se imagina. Este puede ser un caminar “titubeante”. Pero de todos modos, aunque la plenitud de la redención está reservada al Cielo, nuestras llantas ponchadas pueden ganar una cantidad importante de aire desde aquí en la Tierra.

Una vez más, Juan Pablo II basa sus reflexiones en las palabras de Cristo, esta vez en el Sermón de la Montaña: “Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5:27-28).

Por usar un ejemplo, Cristo habla directamente de la lujuria del hombre, pero el principio se aplica igualmente a la mujer. La mayoría estaría de acuerdo con que la lujuria masculina parece estar más enfocada a la gratificación física a expensas de la mujer, mientras que la lujuria femenina estaría más bien enfocada a la gratificación emocional a expensas del hombre, aunque éste no es siempre el caso. La mujer tiene deseos físicos tanto como el hombre los tiene emocionales. Pero el dicho de que “el hombre usa el amor con tal de obtener sexo y la mujer usa el sexo con tal de obtener amor” suena cierto hasta algún punto.

Podemos observar como algunas personas experimentan lujuria hacia el mismo sexo. La homosexualidad es un tema complejo que no podemos discutir extendidamente aquí (para una discusión detallada ver el capítulo 8 de Cristopher West, Good News about Sex & and Marriage). Pero brevemente, aunque hay una fuerte presión hoy en día por normalizar la homosexualidad, en realidad es otra manifestación del “síndrome de llantas ponchadas”. Sin importar nuestra experiencia particular de lujuria, todos estamos necesitados de “re-inflarnos”. La buena noticia del Evangelio es que, si tomamos nuestra cruz y lo seguimos, Cristo nos da la fuerza necesaria a cada uno para vivir de acuerdo al sabio diseño de Dios de crearnos hombre y mujer. Nadie sin importar cuáles sean sus defectos, está fuera del alcance del amor redentor de Cristo.

Cuando Cristo habla de “mirar con lujuria”, no está diciendo que una imagen pasajera o un pensamiento momentáneo nos hagan culpables de adulterio. Como seres humanos caídos,  siempre experimentaremos el “jalón” de la lujuria en nuestros corazones y en nuestros cuerpos. Esto no quiere decir que hayamos pecado. Es lo que hagamos una vez que experimentamos este jalón lo que realmente importa. ¿Buscamos la ayuda de Dios para resistirlo o lo toleramos? Cuando lo toleramos –esto es, cuando activamente elegimos “en nuestros corazones” tratar a otra persona como un simple objeto para nuestra propia gratificación- violamos seriamente la dignidad de esa persona y la nuestra. Estamos creados para ser amados “por nosotros mismos”, nunca usados como un objeto para alguien más. Para Juan Pablo II, lo opuesto al amor no es el odio; lo opuesto al amor es usar a alguien como instrumento para nuestros propios fines egoístas.

Lo que es más, es significante que Cristo se haya referido a ver lujuriosamente a “una mujer” en el sentido genérico. No pone énfasis en que se trate de alguien distinto al cónyuge. Como observa Juan Pablo II, el hombre comete adulterio “en el corazón” no solo por ver lujuriosamente a una mujer con quien no está casado, “pero precisamente porque ve a una mujer de esta manera. Inclusive si viera a su esposa de esta manera, podría igualmente estar cometiendo adulterio ‘en su corazón’” (Oct. 8, 1980). En otras palabras, el matrimonio no justifica la lujuria. No hace que usar a tu conyugue esté bien. Ya se sabe que esto es un cliché, pero ¿por qué tantas esposas tienen “dolor de cabeza” cuando sus esposos quieren tener relaciones sexuales? Si una mujer está siendo usada por su esposo, es completamente entendible que quiera resistirse. El abrazo sexual debería ser imagen y expresión del amor divino. Cualquier cosa menos que esto es algo apócrifo, que no sólo no llega a satisfacer, sino que nos hiere terriblemente.


2: Palabras de Salvación, No Condenación

Juan Pablo II reconoce que las palabras de Cristo sobre la lujuria son severas. Pero pregunta, ¿debemos temer ante la severidad de estas palabras, o más bien confiar en su poder de salvarnos (Oct. 8, 1980)? Estas palabras tienen el poder de salvarnos porque quien las dice es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). La mayoría de la gente ve en las palabras de Cristo únicamente una condenación. ¿Nos olvidamos que Cristo no vino al mundo a condenar sino a salvar (Jn. 3:17)?

Las palabras de Cristo sobre la lujuria nos llaman a “entrar en nuestra imagen plena” (Abr. 23, 1980).
Como parte de la herencia del pecado original, la lujuria oscurece en cada uno de nosotros el bello plan original de Dios para el amor sexual –pero no lo ha desechado. El Papa insiste en que la herencia en nuestros corazones es más profunda que la lujuria, y si somos honestos con nosotros mismos, seguimos deseando lo que está más profundo. Si el corazón humano es un pozo profundo, es cierto que abundan las aguas pantanosas. Pero si presionamos a través del lodo y el musgo, en el fondo del pozo no encontramos ya esto. Encontramos una fuente de manantial, que cuando se activa, poco a poco va llenando el pozo con agua pura y viva que lo desborda. Este manantial es la “herencia más profunda” de nuestros corazones. Juan Pablo II proclama que las palabras de Cristo reactivan esta herencia profunda, dándole poder real en nuestras vidas (Oct. 29, 1980).

Esto quiere decir que no necesitamos caminar por nuestra vida simplemente lidiando con nuestras lujurias y desordenes. Cristo no murió en una cruz ni resucitó de los muertos para darnos más mecanismos para lidiar con nuestros pecados. Ya teníamos muchos de esos sin un salvador. Cristo murió en una cruz y resucitó de los muertos para que nosotros también pudiéramos vivir una vida nueva (Rom. 6:4). Otra vez, necesitamos enfatizar que esta “vida nueva” solo será plena en la resurrección al final de los tiempos; “pero también es verdad que, en cierto sentido, ya hemos resucitado con Cristo” (CIC 1002). Aquí y ahora podemos empezar a experimentar la redención de nuestros deseos sexuales, la transformación gradual de nuestros corazones. Es un camino difícil e incluso arduo, pero uno que se puede lograr.


3: Cuestionando el Don de Dios

Si hemos de experimentar la redención de nuestra sexualidad, debemos primero examinar cómo y porqué caímos del plan original de Dios. Entonces, una vez más, Juan Pablo II nos lleva de regreso al Génesis, esta vez para examinar la naturaleza del pecado original y la entrada de las hojas de higuera.

Juan pablo II describe el pecado original como el “cuestionamiento del don de Dios”. Expliquemos esto. El deseo más profundo del corazón humano es ser “como Dios” al compartir su vida y amor. Desde el principio, Dios les ha dado al hombre y a la mujer un compartir en su propia vida y amor como un don o regalo totalmente gratis. Usando la imagen conyugal, Dios inició el don de Sí mismo como “novio”, y el hombre (hombre y mujer) se abrieron a recibir el don como “novia”. A cambio, el hombre y la mujer fueron capaces de repetir la imagen de este mismo “intercambio de amor” a través de su propia donación mutua y unión matrimonial.

Para retener este parecido divino y permanecer en su amor, Dios solo pidió que no comieran del “árbol del conocimiento del bien y el mal”. Si comían de él, se privarían a sí mismos de la fuente de vida y amor. En otras palabras, perecerían (Gn. 2:16-17).

Suena suficientemente simple. ¿Entonces dónde salió todo mal? “Detrás de la decisión desobediente de nuestros primeros padres se esconde una voz seductora, que se opone a Dios, que los hace caer a la muerte por envidia. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado ‘Satanás’ o el ‘diablo’” (CIC 391). Como observamos en la primera sesión, Satanás no es ningún tonto. Sabe que Dios creó la unión de los sexos como un compartir de la vida divina, y su meta es alejarnos de esto. Por lo tanto enfoca su ataque al “corazón mismo de esa unión, el cual, desde el ‘principio’, se formó de hombre y mujer, creados y llamados a ser ‘una sola carne’” (Mar. 5, 1980).

Habiéndose acercado a la mujer –aquella que nos representa a todos como “novia” en nuestra receptividad del don de Dios- la serpiente insiste, “No moriréis [si comes del árbol prohibido]. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gn. 3:4-5). Podemos leer la tentación de la serpiente así: “Dios no te ama. No te está cuidando. Es un tirano, un explotador que trata de mantenerte lejos de lo que realmente quieres. Por eso te dijo que no comas de ese árbol. Si quieres vida y felicidad, si quieres ser ‘como Dios’, entonces tienes que tomarlo tú mismo porque seguro que Dios no te lo dará”.

Aquí yace el cuestionamiento y en último momento, la negación del don de Dios. En el momento en que rechazan su receptividad ante Dios y arrancan su propia “felicidad”, le dan la espalda al amor de Dios, al don de Dios. De cierta manera, sacan el amor de Dios de sus corazones. “Entonces se les abrieron los ojos a ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gn. 3:7).

La tendencia a “arrancar” parece venir con nuestra naturaleza caída. Lo vemos en niños pequeños. Por ejemplo, cuando un niño pide una galleta de postre, antes de que se saque la galleta de la caja para presentársela como regalo, ¿qué hace el niño?, la arranca y toma a la fuerza. Entonces, tomando la oportunidad de dar una lección, el padre le dice “Hijo, estás rechazando el regalo. Tu padre te ama. Te quiere dar esta galleta como un regalo. Si creyeras en el regalo, todo lo que tendrías que hacer es extender tu mano en confianza y recibir la galleta como regalo”. Este es el problema con todos nosotros. No confiamos lo suficiente en el amor de nuestro Padre, así que arrebatamos la felicidad.


4: El Segundo Descubrimiento del Sexo

Dios dijo a Adán y Eva que si comían del árbol morirían. No cayeron muertos al piso, pero sí murieron espiritualmente. En el acto de la creación, Dios había “in-spirado” sus cuerpos con su propia vida y amor (Gn. 2:7). Ahora sus cuerpos “ex-piraron” el Espíritu de Dios. Sin el amor de Dios, su deseo mutuo era completamente distinto ahora. Habiendo “rechazado el don” en su relación con Dios, ya no experimentaron deseo sexual como el poder de ser un regalo mutuo. En lugar de esto, desearon arrebatar y poseerse mutuamente para su propia gratificación. Como dice Juan Pablo, con la llegada de la lujuria, la “relación del regalo se cambia a la relación de la apropiación” (Jul. 23, 1980). “Apropiarse” en este sentido es “tomar” con el deseo de usar.

El Papa le llama a esto “el segundo descubrimiento del sexo”. En el “primer” descubrimiento del sexo experimentaron una paz y tranquilidad total. Ahora se sintieron inmediatamente “amenazados”. La desnudez originalmente revelaba su dignidad, su semejanza a Dios, ahora instintivamente esconden su desnudez de la mirada del otro.

La vergüenza, entonces, tiene un doble significado. Indica que han perdido de vista el significado conyugal de sus cuerpos (el plan de Dios para el amor estampado en su sexualidad), pero también indica una necesidad inherente de proteger el significado nupcial del cuerpo de la degradación de la lujuria.
Como lo expresa el Papa poéticamente, la lujuria “pasa sobre las ruinas” del significado nupcial del
cuerpo y se enfoca directamente en satisfacer sólo la “necesidad sexual” del cuerpo (Set. 17, 1980). Busca la “sensación de la sexualidad” aparte de un verdadero don de sí y una verdadera comunión de personas. La lujuria, de hecho, rompe esta comunión.

La lujuria se piensa muchas veces como un beneficio de la relación sexual o como un incremento o intensificación del deseo sexual. En realidad, la lujuria es una reducción de la plenitud que originalmente había querido Dios para el deseo sexual. No obtenemos “más” con la lujuria sino mucho menos. Caer en la lujuria es como comer de un basurero cuando Dios nos invita al banquete de la vida eterna. ¿Por qué escogeríamos el basurero? Porque no creemos realmente en el gran don del banquete de Dios. Este es el regalo que el hombre y la mujer rechazaron con el pecado original. La vergüenza, en cambio, indica nuestra atracción al “basurero”.

De alguna manera el hombre y la mujer culpan a sus cuerpos por la lujuria. Pero dicho enfoque es literalmente un “maquillaje” –casi una “escusa” para no enfrentar el profundo desorden de sus corazones. Como lo subraya Jesús en el Sermón de la Montaña, la lujuria es primero y principalmente un problema del corazón, no del cuerpo. Hasta que enfrentemos los deseos desordenados del corazón, nunca seremos capaces de vivir como los hombres y mujeres que Dios nos creó para ser. Como ya observamos, la lujuria tiende a afectar la personalidad del hombre y la mujer diferentemente, pero lo corazones de tanto hombre como mujer se han
“convertido en campos de batalla entre el amor y la lujuria” (Jul. 23, 1980).


5. Ethos Cristiano: Moralidad “Desde el Corazón”


No es suficiente apegar nuestro comportamiento a una norma externa. Todos sabemos que es posible seguir “las reglas” sin con esto obtener santidad (esto es, sin un corazón “inspirado” por el amor de Dios). Este tipo de conformidad a las reglas, rígida y sin vida se llama “legalismo” o “moralismo”. En el Sermón de la Montaña, Cristo nos llama a algo muy diferente. Nos llama a una “moralidad viva” que brota del corazón.

Jesús crea el escenario para esta “nueva” moralidad al decir, “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt. 5:20). ¿A qué habrán sonado estas palabras a los judíos que las escucharon? Los escribas y fariseos eran considerados los más correctos de todos. Pero para muchos de ellos, por lo menos para los que señaló Jesús, todo esto era externo. Se apegaron a la ética, pero su “ethos” permaneció torcido.

Una ética es una norma o regla externa –“haz esto”, “no hagas eso”. Ethos se refiere al mundo interior de valores en la persona, lo que lo atrae o repugna en lo más interno del corazón. En el Sermón de la Montaña, Cristo no sólo confirma el código de ética de Dios. También proclama el verdadero ethos de los mandamientos de Dios –a lo que nos llaman interiormente. En efecto, Cristo dice, “Han escuchado la ética de cometer adulterio, pero el problema es su deseo de cometer adulterio. Su ethos es deficiente porque están llenos de lujuria.”

Parece casi cruel. Sabiendo que estamos llenos de lujuria, Jesús dice, “No sean lujuriosos.” ¡Perfecto! ¿Entonces que se supone que hagamos? Cristo nos da un estándar que no podemos alcanzar. Parece desesperanzador –al menos que…al menos que sea posible experimentar algún tipo de redención o transformación en nuestros deseos. Aquí es precisamente donde el Evangelio se vuelve buena noticia. Como en enfatizaba Juan Pablo II en repetidas ocasiones, el “nuevo ethos” que proclama Cristo en el Sermón de la Montaña no nos es dado únicamente como una tarea. Nos es dado también como un regalo. No somos abandonados en nuestras propias fallas, debilidades y concupiscencia. En el “Serón de la Montaña…el Espíritu del Señor da nueva forma a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestras vidas” (CIC 2764).

Como dice el Papa, “El ethos cristiano se caracteriza por la transformación de la conciencia y las actitudes de…tanto hombre como mujer, para expresar y realizar el valor del cuerpo y el sexo de acuerdo al plan original del Creador” (Oct. 22, 1980). ¡Qué gran noticia! ¡Qué esperanza! ¡Qué alegría! No estamos atados por la lujuria. “La nueva dimensión del ethos siempre está conectada con…la liberación de la ‘lujuria’” (Oct. 8, 1980). Mientras nos liberamos gradualmente de las cadenas de la lujuria, somos libres de amar de acuerdo al plan original de Dios. Esta es una “moralidad viva”, dice el Papa, en que nos damos cuenta del significado mismo de nuestra humanidad (Abr. 16, 1980).


6: Libertad de la Ley

La mayoría de la gente piensa la moral cristiana –especialmente la moral sexual- como una lista de reglas opresivas a seguir. ¡Qué lejos está esta noción de la “moralidad” viva proclamada por Cristo! El Evangelio no nos da más reglas a seguir. El Evangelio trata de cambiar nuestros corazones para que ya no necesitemos las reglas (CIC 1968). Mientras vayamos experimentando este cambio de corazón, experimentaremos “libertad de la ley” (Rom. 7; Gál. 5) – no libertad para romper la ley; libertad para llevarla a plenitud.

He aquí un ejemplo de lo que es la libertad de la ley: ¿Tienes algún deseo de matar a tu mejor amigo? Esto parecería una pregunta rara, pero de hecho demuestra el punto. Asumiendo que no lo tienes, entonces no necesitas un mandamiento que diga “No matarás a tu mejor amigo” porque no tienes deseo alguno de romperlo. En este sentido estás “libre de la ley”. En otras palabras, no experimentas esta ley (“No matarás a tu mejor amigo”) como una imposición porque tu corazón ya se apega a ella.

Antes del pecado, el corazón humano se adherí completamente a la voluntad de Dios. Por ejemplo, el primer
matrimonio no necesitaba una regla prohibiendo el adulterio. No tenían deseo de cometer adulterio (y no sólo porque no había nadie más alrededor de ellos). Solo con el “síndrome de llantas ponchadas” experimentamos el rompimiento entre nuestros deseos y la voluntad de Dios para nosotros. Aquí es donde la ley cumple con su esencial cometido. Nos es dada para advertirnos del pecado (Rom. 7:7). Sin embargo, cuando Cristo dice “Han oído el mandamiento…pero yo les digo…” esta indicando que necesitamos algo más que lo que
ofrecen meros preceptos.

La ley del Antiguo Testamento es buena y justa, pero “no da por si misma la fortaleza, la gracias del Espíritu, para cumplirla” (CIC 1963). En otras palabras nos advierte de “manejar con las llantas ponchadas” pero no nos re-infla esas llantas. “La ley del Evangelio”, sin embargo, “procede a reformar el corazón, la raíz de los actos humanos, donde el hombre escoge entre lo puro y lo impuro” (CIC 1968).

Mientras dejemos a Cristo “re-inflar nuestras llantas”, no iremos necesitando la ley porque no tendremos deseo de romperla. ¿Qué leyes necesitarías? ¿Qué enseñanzas de la Iglesia se sentirán como un peso o imposición sobre ti? Quizás el problema no sea con la ley o con la Iglesia, pero con tu propia “dureza de corazón”. No tires la ley; somete tus deseos desordenados a Cristo y déjale transformarlos.

Tratar de seguir todas las reglas sin buscar aire para nuestras llantas ponchadas es infructífero. Aquellos que lo hagan o se volverán soberbios hipócritas o abandonarán la ley de Dios por una versión degradada y racionalizada del Evangelio. De cualquier manera es un “evangelio” sin la buena noticia; es cristianismo sin Cristo. Tanto quien se da golpes de pecho como quien no sigue ley alguna tienen que “atravesar” desde las ataduras del código de ética a la libertad del “nuevo ethos” –la libertad de la redención.

Esta libertad nos libera no de la “restricción” externa que nos llama al bien, pero de la restricción interna que nos devalúa nuestra opción de decidir por el bien. Cuando deseamos lo que es verdadero, bueno y bello, entonces somos verdaderamente libres –libres para amar, libres para bendecir, que es la libertad sobre nuestra compulsión por arrebatar y poseer. Aquellos que desechan la ley para dar cabida a su lujuria puede ser que se crean libres, pero como el alcohólico que no le puede decir no a la botella, quien no le puede decir no a la lujuria es un esclavo. “Por ser libres nos libertó Cristo. Manteneros, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente por el yugo de la esclavitud” (Gál. 5:1).


7: La Gracia de la Creación se Vuelve la Gracia de la Redención

Como dice Juan Pablo II, vivir en esta libertad “sigue siendo un viaje frágil e incierto mientras estemos en la Tierra, pero es un viaje posible por la gracia, que nos permite poseer la libertad plena de hijos de Dios (Rom. 8:21)” (VS 18). No estamos justificados por la ley; nadie se la puede quedar. Estamos “justificados por el don de la gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo” (Rom. 3:24).

¿Qué es la gracia? Juan Pablo II la describe como el don misteriosos de Dios al corazón humano que permite al hombre y la mujer vivir en un sincero y mutuo don de sí (Ene. 30,1980). En el principio, el hombre y la mujer fueron inspirados por la gracia. Cuando dudaron del amor de Dios y “rechazaron el don”, cayeron de la gracia. Si esta es la raíz del problema, ¿cuál es el primer paso para una solución? La fe. Si el pecado original es nuestra negación del regalo de Dios, “la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano al don: a la comunicación de Dios con sí mismo en el Espíritu Santo” (DV 51).

Juan Pablo II observa que cuando Cristo nos llama a superar la lujuria en el Sermón de la Montaña, sus palabras son testigos de que la gracia original de la creación se ha convertido para cada uno de nosotros en la
gracia de la redención (Oct. 29, 1980). El Hijo de Dios se hizo carne y murió en una cruz para que nuestra humanidad pecadora fuera muerta. Resucitó para “re-crear” nuestra humanidad. Ascendió corpóreamente a la vida de la Trinidad para “in-spirar” nuestros cuerpos otra vez con la vida y el amor de Dios. A través de este regalo de nuestra redención, Cristo regresa con un aliento a nuestra carne el mismo Espíritu (gracia) que
“expiró” de nuestros cuerpos cuando negamos este regalo (Jn. 20:22).


8: Arrepentimiento y Fe en la Buena Noticia

¿En dónde se derrama la gracia de la redención? Principalmente en la vida sacramental de la Iglesia. Los sacramentos no son nada más rituales religiosos. Ellos “inyectan santidad al plan de la humanidad del hombre: penetran el cuerpo y el alma, [nuestra] feminidad y masculinidad…con el poder de la santidad” (Jul. 4, 1984). En otras palabras, los sacramentos hacen de la muerte y resurrección de Cristo una realidad viva en nuestras propias vidas. Desafortunadamente muchos cristianos no logran “penetrar” al poder de los sacramentos. Únicamente a través del bautismo, es como si nos hubieran dado un trillón de dólares en nuestra cuenta de banco, pero parecería que muchos de nosotros no sacamos más que un peso. En los sacramentos, el amor de Dios es “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom. 5:5).
Necesitamos “retirar de nuestra cuenta” este regalo.

En terminología de San Pablo, vivir la vida de gracia es sinónimo de vivir “de acuerdo al Espíritu”. Él contrasta esto con “vivir de acuerdo a la carne”. Camina “según el Espíritu, no des satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne” (Gál. 5:16-17).

Esto no quiere decir, como muchos cristianos trágicamente han concluido, que San Pablo condena el cuerpo o piensa que es un obstáculo inherente a vivir una vida “espiritual”. Como ya hemos visto en nuestro estudio de la enseñanza de Juan Pablo, el cuerpo es el vehículo específico de la vida espiritual. En este contexto, “la carne” se refiere a toda la persona (cuerpo y alma) sin la “inspiración” de Dios, sin el acogimiento interior al Espíritu de Dios. Se refiere a una persona dominada por la lujuria y otros vicios. En cambio la persona que vive “de acuerdo al espíritu” no rechaza el cuerpo, sino que abre toda su personalidad de cuerpo-alma a la “inspiración” divina.

Con gran esperanza, Juan Pablo II proclama que por mucho que la lujuria nos esclavice al desordenar nuestras pasiones, mucho también nos libera esta “vida de acuerdo al espíritu” pare ser un don para otros. Por mucho ¿que nos cegue la lujuria a la verdad del plan de Dios para el cuerpo, tanto más nos abre los ojos esta “vida de acuerdo al espíritu” para entender su significado nupcial (Dic. 1, 1982). Entonces mientras más nos abramos a la “vida en el Espíritu” también experimentamos la “redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:23).

Juan Pablo II insiste que la “redención del cuerpo” no es sólo una realidad celestial. Esperamos su plenitud entonces, pero ya se está preparando en nosotros ahora. Esto significa que mientras dejemos que nuestra lujuria “se crucifique con Cristo” (Gál. 5:24) podemos progresivamente ir descubriendo en lo que es erótico ese “significado nupcial del cuerpo” original e irlo viviendo. Juan Pablo II dice que esta “liberación de la lujuria” y la libertad que genera es, de hecho, la condición de vivir todo en la vida apegados a la verdad (Oct. 8, 1980).


9: La Pureza no es Puritanismo


Mientras vivamos la redención de nuestros cuerpos, entenderemos que la pureza sexual no es cosa de
“aniquilar” o reprimir la atracción o deseo sexuales. Como Karol Wojtyla, el futuro Juan Pablo II, escribió en Amor y Responsabilidad, la pureza madura “consiste en prontitud para afirmar el valor de la persona en toda
situación, y en elevar [las reacciones sexuales] al nivel personal” (LR, Ignatius Press, 170- 171). En el Sermón de la Montaña, Cristo no está simplemente diciendo “no veas”. Juan Pablo explica que las palabras de Jesús son una “invitación a una manera pura de mirar a otros, capaz de respetar el significado conyugal del cuerpo” (VS 15).

Obviamente, si una persona necesita voltear la mirada para evitar la lujuria, entonces, por supuesto, “no veas”. Para la persona que está atada por la lujuria, esto seguirá siendo el mejor consejo. A esto se le llama clásicamente “evitar una ocasión de pecado” al “ganar custodia de los ojos”. Este es un primer paso necesario, pero Juan Pablo II describe dicho enfoque como pureza “negativa”. Mientras crecemos en virtud experimentamos pureza “positiva” o “madura”. “En la pureza madura el hombre disfruta de los frutos obtenidos al ganar la batalla a la lujuria”. Disfruta la “eficacia del don del Espíritu Santo” que restaura a su experiencia del cuerpo “toda su simplicidad, su explicitud, y su gozo interior” (Abr. 1, 1981).

Prácticamente todo mundo comienza su recorrido hacia la pureza madura en el lado “negativo”. Desafortunadamente, mucha gente se queda en esta etapa pensando que es todo lo que pueden esperar. ¡Sigan adelante! Sobra decirlo, yo no soy un hombre perfecto, pero puedo dar testimonio de que al apropiarnos del regalo de la redención en nuestras vidas, la lujuria pierde peso en nuestros corazones. No sólo entendemos, sino que también vemos y experimentamos el cuerpo como una “teología”, un signo del misterio de Dios mismo. “Bienaventurados lo limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Si entendemos lo que el Papa nos está dando aquí, podemos agregar: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán el misterio de Dios revelado en su cuerpo”.

La pureza, por lo tanto, no es puritanismo. No rechaza el cuerpo. “La pureza es la gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano, a través de la cual la masculinidad y feminidad se manifiestan” (mar. 18, 1981). La pureza en su plenitud sólo será restaurada en el Cielo. Pero de todos modos, como enseña el Catecismo, “Inclusive ahora [la pureza de corazón] nos permite ver de acuerdo a Dios…nos permite percibir el cuerpo humano –el nuestro y el del prójimo- como templo del Espíritu Santo, una manifestación de belleza divina” (CIC 2519).

Tenemos que reconocer que teníamos en Juan Pablo II, un Papa que, en el proyecto de restauración de la Capilla Sixtina, ordenó la remoción de varios paños que los papas anteriores habían mandado pintar sobre los desnudos originales de Miguel Ángel. Y lo hizo en nombre de la pureza cristiana. En la homilía de dedicación de los frescos restaurados, Juan Pablo II proclamó a la Capilla Sixtina “el santuario de la teología del cuerpo humano”. Agregó, “Parece que Miguel Ángel, a su manera, permitió ser guiado por las palabras evocativas del libro del Génesis que…revela: ‘El hombre y su mujer estaban ambos desnudos, pero no se avergonzaban uno del otro’ (Gn. 2:25)” (Abr. 13, 1994).

¿Cuál, entonces, es la diferencia entre la pornografía y un retrato artístico propio de la desnudez? Juan Pablo II dice que la diferencia yace en la intención del artista. Los retratos pornográficos del cuerpo generan objeción “no por su objeto, ya que el cuerpo humano en si mismo siempre tiene su dignidad inalienable –sino por la calidad o manera de su reproducción” (May. 6, 1981). El pornógrafo busca únicamente crear lujuria en el observador, mientras que le verdadero artista (como Miguel Ángel) nos permite ver “todo el misterio personal del hombre”. Los retratos propios del cuerpo desnudo nos enseñan “de alguna manera el significado conyugal del cuerpo que corresponde a, y es una medida de, la ‘pureza de corazón’” (Mayo 6, 1981). Aquellos que experimentan pureza madura entienden el cuerpo desnudo por lo que es –la revelación del plan de Dios para el amor.


10: La Interpretación de Sospecha


Los dudosos contestan, “¡Imposible! El cuerpo desnudo siempre generará lujuria”. Para la persona dominada por la lujuria, esto es cierto. Pero, aplicando una de las declaraciones sobre la revelación más atrevidas de Juan Pablo II, “¿de qué hombre estamos hablando? ¿Del hombre dominado por la lujuria o del hombre redimido por Cristo? Esto es lo que está en juego: la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto quiere decir que nos ha dado la posibilidad de entender toda la verdad de nuestro ser; ha librado nuestra libertad de la dominación de la lujuria” (VS 103).

Como escribió Karol Wojtyla en Amor y Responsabilidad, no podemos simplemente equilibrar la desnudez con la inmodestia o la lujuria. La inmodestia está ciertamente presente “cuando la desnudez juega un papel negativo en relación al valor de la persona, cuando su fin es excitar [lujuria]”. Pero, Wojtyla agrega, “esto no es inevitable” (LR 190-191). Si pensamos que una “mirada lujuriosa” es la única manera en que una persona puede ver el cuerpo humano, entonces nos adherimos a lo que Juan Pablo II llama la “interpretación de sospecha”. Aquellos que viven en sospechas permanecen tan atrapados en su propia lujuria que proyectan las mismas ataduras a todos los demás. No se imaginan ninguna manera de pensar acerca del cuerpo humano y la relación sexual que la que se ve a través del prisma de la lujuria.

Cuando ponemos el corazón humano “en un estado de continua e irreversible sospecha” (Oct. 29, 1980) por la lujuria, nos condenamos a una existencia desesperanzadora y sin amor. Nos condenamos a seguir las reglas (ética) sin un cambio de corazón (ethos). Eventualmente abandonamos la ley de Dios porque simplemente no la podemos cumplir.Este tipo de sospecha permanente nos separa efectivamente del poder del Evangelio.

Como nos advierte San Pablo, debemos evitar la trampa de “tener la apariencia de piedad desmintiendo su eficacia” (2 Tim 3:5). “La redención es una verdad, una realidad, en nombre de la cual el hombre debe sentirse llamado, y llamado con eficacia” (Oct. 29, 1980). En otras palabras, la muerte y resurrección de Cristo es efectiva. Puede cambiarnos la vida, nuestras actitudes, nuestros corazones –sí- nuestros deseos sexuales. “¡No vacíen la cruz de su poder!” (1 Cor 1:17). Juan Pablo II exclama que este “es el grito de la nueva evangelización” (OL 3).

Hay mucho en juego. “El significado de la vida es la antítesis de la interpretación ‘de sospecha’. Esta interpretación es muy diferente, es radicalmente diferente a lo que descubrimos en las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña. Estas palabras revelan…otra visión de las posibilidades del hombre” (Oct. 29, 1980). A menos que entremos a esta “otra visión de las posibilidades del hombre”, encontraremos que es imposible amar como Cristo ama; permaneceremos alejados del significado de la vida.


11: Creciendo en Pureza Madura

Entonces, ¿cómo entramos a esta “otra visión de las posibilidades del hombre”? ¿Cómo progresamos desde pureza “negativa” a 19 “positiva”? Empecemos con una cita de Juan Pablo II y después algunas reflexiones.

Para crecer en pureza “debemos estar comprometidos a una progresiva educación en autocontrol de la voluntad, de los sentimientos, de las emociones; y esta educación debe desarrollarse empezando con los actos más simples en los que es relativamente fácil poner la decisión interior en práctica” (Oct. 24, 1984). Por ejemplo, ¿cuáles son tus hábitos alimenticios? Si no le puedes decir no a unas papas, ¿cómo le dirás que no a la lujuria? Ayunar es una manera maravillosa de crecer en la maestría de nuestras pasiones. Si esto no es todavía parte de tu vida, empieza con un simple sacrificio que sea relativamente fácil poner en práctica. Mientras continúas ejercitando este “músculo”, verás que tu fuerza incrementa. Lo que antes
era “imposible” gradualmente se vuelve posible.

La analogía del músculo, sin embargo, solo sirve a medias. Crecer en la pureza ciertamente demanda esfuerzo humano, pero también somos ayudados por gracia sobrenatural. Aquí es crucial distinguir entre admisión, represión y redención. Cuando la lujuria “calienta”, la mayoría de la gente piensa que sólo hay dos opciones: admitirla o reprimirla. Si estas son las únicas opciones, ¿cuál se ve más “santa”?
Represión. Quizás por esto muchos cristianos tienen serios problemas sexuales. ¡Pero hay otra opción! En lugar de reprimir la lujuria y empujarla al subconsciente, tratar de ignorarla, o de alguna manera aniquilarla, debemos someter nuestras lujurias a Cristo para permitirle eliminarlas. AL hacerlo, “el Espíritu del Señor da nueva forma a nuestros deseos” (CIC 2764). En otras palabras, al permitir que la lujuria sea “crucificada”, también experimentamos la “resurrección” del plan original de Dios para el deseo sexual. No inmediatamente, pero gradualmente, progresivamente, al tomar nuestra cruz cada día y seguirlo, experimentamos el deseo sexual como el poder de amar a imagen de Dios.

Este proceso de transformación requiere no sólo una voluntad decidida pero también una fe firme. Es el Espíritu Santo quien transforma nuestros corazones, quien “re-infla nuestras llantas”. Y la fe, recuerda, es la apertura del corazón humano al don de Dios del Espíritu Santo (DV 51).

Cuando la lujuria te tiente puedes decir una pequeña oración así: Señor, te agradezco por el don de mis deseos sexuales. Someto este deseo lujurioso a ti y te pido por favor, por el poder de tu muerte y resurrección, que “desenredes” en mi lo que el pecado ha enredado para que experimente el deseo sexual como lo planeaste –como el deseo de amar a tu imagen.

La resolución de no caer en lujuria puede ser muy difícil, en ocasiones cansadísima física y emocionalmente. Parece que pocos hombre y mujeres experimentan la libertad por la que Cristo nos ha liberado pues cuando prueban este tipo de “crucifixión”, en lugar de seguir el camino que lleva a la resurrección, se “bajan de la cruz”. Cuando esos clavos están perforando tus manos y el peso de la cruz parece muy difícil de llevar, ¡sigue adelante! Estás a punto de pasar de la muerte a la vida, de la lujuria al amor auténtico. Solo si estamos dispuestos a morir con Cristo podemos también vivir la vida resucitada que ofrece.


12: Discerniendo los Movimientos de Nuestros Corazones

Enfaticemos –si es que no está suficientemente claro todavía- que el enfoque “positivo” de la pureza que se ha subrayado aquí con la ayuda de Juan Pablo II no nos da licencia para “empujar el sobre”. La persona que use cualquier cosa que hemos dicho como escusa para dar cabida a su lujuria no está buscando pureza. La gente honesta conoce sus límites. Saben que situaciones los harían caer y las evaden con la seriedad que Cristo demanda de nosotros. “Si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti…si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela” (Mt. 5:29-30). Adaptación moderna: “Si tu computadora te hace pecar, tírala. Si tu TV te hace pecar, desate de ella”.

Es verdad que a veces el amor y la lujuria son difíciles de distinguir. Un hombre, por ejemplo, al reconocer la belleza de una mujer, se puede preguntar en dónde está la línea entre verla como un objeto para su propia gratificación y amarla justamente como persona hecha a imagen de Dios. Como escribe Juan Pablo II, la lujuria “no es siempre clara y obvia; a veces se esconde y se hace pasar por ‘amor’…¿Quiere decir esto que debemos desconfiar del corazón humano? ¡No! ”Solo quiere decir que debemos mantenerlo bajo control” (Jul. 23, 1980).

“Control” aquí no quiere decir simplemente dominar deseos desordenados para tenerlos “en jaque”. Otra vez, eso es la parte “negativa”. Al madurar en autocontrol, lo experimentamos como “la capacidad de dirigir
reacciones sexuales, tanto por su contenido como por su carácter” (Oct. 31, 1984). La persona que realmente es dueña de sí misma es capaz de dirigir el deseo erótico “hacia lo verdadero, bueno y bello para que lo ‘erótico’ también sea verdadero, bueno y bello” (Nov. 12, 1980). Mientras esto pasa entendemos y experimentamos el misterio de la sexualidad “con una profundidad, simplicidad y belleza hasta ahora desconocida” (Jul. 4, 1984).

Para parafrasear un pasaje muy introspectivo, Juan Pablo II señala que llegar a este punto demanda “perseverancia y consistencia” en aprender el significado de nuestros cuerpos, el significado de nuestra sexualidad. Debemos aprender esto no sólo de manera abstracta (aunque ésta también es importante), pero sobre todo en las reacciones interiores de nuestros propios “corazones”. Esta es una “ciencia” que, no puede aprenderse únicamente en libros, porque es un tema aquí de conocimiento profundo de nuestra vida interior. En lo profundo del corazón aprendemos a distinguir entre lo que, por un lado, comprende las grandes riquezas de la sexualidad y la atracción sexual, y lo que, por el otro, es solamente manifestación de lujuria. Y aunque estos movimientos internos del corazón pueden ser a veces confundidos, hemos sido llamados por Cristo a tener una evaluación completa y madura.

Terminemos esta sesión con una oración por la pureza:

Señor, ayúdame a discernir los movimientos de mi corazón. Ayúdame a distinguir entre las grandes riquezas de la sexualidad como tú la creaste y las distorsiones de la lujuria. Te doy permiso, Señor, de demoler mis lujurias- Llévatelas. Crucifícalas para que llegue a experimentar la resurrección del deseo sexual como tú lo pretendes. Dame un corazón puro. Amén.


http://issuu.com/encuentra/docs/teologia-del-cuerpo-leccion-03


La virginidad, el noviazgo y el matrimonio: "Amor sin remordimientos" http://www.youtube.com/watch?v=_HLZWd0hfz8&list=PLF46390073F0B87B6&index=1